enero 2008



Escena final de «Closer»


Será que uno es así.
Serán los años, como serrín a las orillas del mar.
Serán las alas del corazón, prometiendo siempre más que nuestros pasos.
Será el peso del mundo, resbalando por una pendiente sin fin.
Serán las pequeñas cosas infinitas.
Será el aire fatigado de muchos pasadizos.
Será la soledad en mitad de la lluvia, serán sus charcos de plomo y hiel, será la sensación de que vamos perdiendo algo por el camino, o el miedo a perderlo.

Será el amor, el amor que induce, el que seduce y esquiva, el que nos atrapa y sostiene en el aire, el que nos agita y persigue, serán los besos que se desprenden del deseo como el sudor en los amantes, será como la piel habitando en la piel, será el deseo que espanta la vergüenza, el deseo que nos vuelve atrevidos, serán sus manos buscando la mancha de la pasión, será la lengua persiguiendo un rastro, será por todo lo dulce y salvaje, por todo el placer y daño que cada miembro produce en lo que resta de cuerpo, sin explorar.
Será la entrega, serán las lágrimas por saberse querido, será porque lo sabes y lo esperas, será por que su beso siempre llega al final de la historia.

Será por las siestas tranquilas, por el rumor de sus pasos, por el olor de su cuerpo, un perfume, o la huella de su aliento.
Será por el miedo, por la bruma en la que nace, por el frío que desprende, será por el dolor de esa mano que te acaricia y te traiciona, serán las lunas heridas por el insomnio, serán los nombres que se olvidan o justos aquellos por los uno cree que jamás podrá olvidar, será por las lunas que le siguen y por que lo olvidamos para siempre.

Será por el nudo que se deshace lentamente, por la nieve que se rompe, por la imagen que se escapa del espejo.
Será por las palabras que amotinadas esperan los momentos para romperlo todo y crear un universo distinto, será por la paciencia del que crea sin talento, por la canción que no estremece, por el pintor sin suerte, como el amante que siempre engaña.

Será porque la imaginación siempre me vence, será por que aún me quedan cosas por descubrir en mis sueños.
Será que es demasiado tarde para escribirlo o dejarlo de escribir.
Será si no dudas, si me sostienes susurrando cada palabra que nace para ti.
Será si sueño, será si tú vigilas mi sueño, si lo dejas crecer y sonríes, en la muda distancia y sonríes, despacio dejando que todo sea.

Blanca Li en el Musac


«Apenas se había refugiado de la tormenta cuando experimentó una repentina sensación de humedad y frío. Le acometieron unos violentos estornudos. Se quitó el impermeable y se palpó los bolsillos de los pantalones, en busca de los fósforos que la vida marinera le había enseñado a llevar siempre encima.

Extrajo de un fardo roto seca hojarasca de pino, la amontonó en el suelo de cemento y, con mucha dificultad, consiguió encender uno de los fósforos húmedos. El muchacho se quitó los pantalones empapados y los colgó cerca del fuego para que se secaran. Entonces se sentó ante la fogata y se rodeó las rodillas con los brazos. Ya no tenía nada que hacer salvo esperar.

Se abandonó a las sensaciones de su cuerpo, que poco a poco iba entrando en calor, y a la voz de la tormenta que rugía en el exterior; se dejó invadir por la euforia causada por su confianza y lealtad. Su incapacidad para imaginar la diversidad de factores que podrían impedir que la muchacha se presentara no le preocupaba en absoluto.

Y en ese estado de ánimo apoyó la cabeza en las rodillas y se quedó dormido.

Cuando Shinji abrió los ojos, las llamas de la fogata ardían con el mismo vigor de antes, como si sólo se hubiera amodorrado unos instantes. Pero una sombra extraña y confusa estaba en pie al otro lado del fuego, frente al él. El joven se preguntó si estaba soñando.

Quien estaba allí era una muchacha desnuda, con la cabeza inclinada, y sosteniendo una camisa blanca para que se secara. A Shinji se le ocurrió que, con un poco de astucia, si fingía seguir dormido,podría contemplar a la chica con los ojos entornados.
Pero entonces el muchacho parpadeó. Rápida como el pensamiento, la joven se cubrió los senos con la blanca camisa, que no estaba completamente seca.

-¡Cierra los ojos! -gritó

La muchacha no sabía qué hacer, y ni siquiera había empezado a ponerse la camisa. Shinji no volvió a fingir que cerraba los ojos. Desde niño se había acostumbrado a ver desnudas a las mujeres del pueblo pesquero, pero era la primera vez que veía desnuda a la mujer que amaba. Y, sin embargo, no comprendía que, por el mero hecho de que estuviese desnuda, se había alzado una barrera entre ellos que dificultaba las muestras de cortesía ordinarias, las confianzas naturales. El muchacho se puso en pie. Entonces ambos se quedaron quietos, mirándose, separados por las llamas.

El muchacho se movió un poco a la derecha. Ella hizo lo mismo. Y allí estaba la fogata, alzándose para siempre entre ellos.

– ¿Por qué huyes?
– ¿Por qué va a ser? Porque tengo vergüenza.

Shinji no replicó. Quería mirarla, aunque sólo fuese un poco más. Sintió que debía decirle algo.

– ¿Qué te haría perder la vergüenza?

Entonces la joven dio una respuesta ingenua de veras, aunque sorprendente

– Si tú también te desvistes, se me pasará la vergüenza.

Shinji se sumió en la perplejidad, pero, tras un instante de vacilación, empezó a quitarse el jersey de cuello alto, sin decir una sola palabra. Entonces sus ágiles manos arrojaron el jersey a un lado, y apareció la figura desnuda de un joven, mucho más apuesto que cuando estaba vestido, tan sólo cubierto por un sucinto taparrabos.

– Ahora ya no sientes vergüenza, ¿verdad?
– Aún no te lo has quitado todo.

Shinji recuperó entonces el sentido del pudor, y a la luz de la fogata su cuerpo adquirió una tonalidad carmesí. Empezó a hablar, pero una sensación de sofoco le hizo interrumpirse. Entonces, mirando con fijeza la camisa de la muchacha, en la que oscilaban las sombras arrojadas por las llamas, por fin logró decirle:

– Si… si apartas eso… lo haré.

La camisa blanca que sujetaba la muchacha había cubierto a medias su cuerpo, desde los senos hasta los muslos. Entonces la arrojó hacia atrás.

Shinji la contempló, y acto seguido, allí de pie, como la escultura de algún héroe, sin desviar un solo momento los ojos de Hatsue, se desató el taparrabos».

YUKIO MISHIMA «EL RUMOR DEL OLEAJE «

Modigliani en Madrid

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