junio 2007


Se dice que el tiempo es un gran maestro; lo malo es que va matando a sus discípulos
Hector Berlioz


Tuve que aprender que cantar
es como desgranar ese racimo de voz,
que se te entrega
envuelto en un papel de celofán,
preciado regalo.

Y navegar en los silencios
que nunca nadie escuchó
para optar entre miles de notas.

Dame tu mano y cogeré con mi voz
mil mariposas
dame tu voz y alcanzaré para ti
mil mariposas.

Y me esforzaré por andar
entre versos prohibidos,
para susurrar sin herir
si estás dormido,
y ser parte de ti al hablarte
como a un amigo.

Te llevaré tan lejos
como me alcance la voz,
para optar entre miles de manos,
entre miles de notas.

Dame tu mano y cogeré con mi voz
mil mariposas
dame tu voz y alcanzaré para ti
mil mariposas
PRESUNTOS IMPLICADOS


Las horas de la noche nunca han sido amigas ni fueron nunca buenas consejeras de los problemas, más bien lo contrario, ayudaron siempre a exacerbar las desgracias que rondan por tu cabeza, haciendo que todo tipo de miedos se maximice y sumergiendo tu estado de ánimo en un pozo desconsolador.

Son horas que parecen demonizadas por algún ser espectral, durante las cuales, toda aquella decisión que tomes entre vuelta y vuelta que das sobre tu colchón ni es válida ni te da solución. Y te hacen desbarrar con inercia, hacia un bucle que te obliga a pensar y a repasar, una y otra vez, la misma preocupación.

A primera hora del alba, cuando se empiezan a escuchar ruidos foráneos de gente de tu edificio que se va a trabajar o a estudiar, es entonces cuando parece que estos demonios empiezan a desaparecer, dejándote de nuevo tomar las bridas de tu coherencia y control.
JON GARCIA, carta al diario METRO MADRID, 19/06/07


EXPOSICIÓN MÉDICOS SIN FRONTERAS: Sueño en riesgo, atrapados en el círculo de violencia de Colombia.
14-27 Junio, Plaza de España, Madrid


El perdón es una carretera de doble sentido: siempre que perdonamos a alguien también nos estamos perdonando a nosotros mismos. Si somos tolerantes con los otros, nos resulta más fácil aceptar nuestros propios errores. Adoptando este punto de partida, sin culpa ni amargura, conseguimos mejorar nuestra actitud ante la vida. Pedro preguntó a Cristo: «Maestro, ¿debo perdonar siete veces al prójimo?» Y Cristo repuso: «No sólo siete, sino setenta veces siete». Como no soy santo, muchas veces tengo dificultades para perdonar. Pero logro recurrir a mi fuerza de voluntad y controlarme, y, pasado el tiempo, siempre acabo por comprobar que salí ganando al actuar así.
PAULO COELHO, XL Semanal, ABC,17/06/2007

Página siguiente »